José Antonio, décimo hijo de la familia Plancarte y Labastida, nació en México, D.F., el 23 de Diciembre de 1840. Sus padres fueron Don Francisco Plancarte Arceo y Doña Gertrudis Labastida y Dávalos, originarios y residentes de Zamora, Michoacán. José Antonio fue el único de los once hijos que nació en México, por razones de salud de su madre, lo cual fue providencial, pues gracias a ello la Sma. Virgen de Guadalupe vio nacer muy cerca de ella a este niño que, con el tiempo, sería gran promotor del guadalupanismo.

Estudió la Primaria en Guadalajara y en Morelia, con tanto éxito que a la edad de once años presentó examen público frente a selectos sinodales, obteniendo mención honorífica. De Morelia, se trasladó a Puebla por muy breve tiempo, para luego irse a
Birmingham, Inglaterra, al Colegio de Santa María de Oscott, en donde estuvo de 1856 a 1862, estudiando la Carrera Comercial, pues su anhelo era regresar a Zamora para administrar los negocios de su familia.

En Oscott se distinguió por su aprovechamiento, su gran sociabilidad, su interés por el teatro y la música, su don de gentes e incluso su capacidad de liderazgo, pues fue “Public man” (especie de coordinador de la Sociedad de Alumnos); pero sobre
todo, se distinguió por su gran amor y piedad filial a María Santísima, para quien arreglaba bellísimos altares y a quien debe el haber clarificado su vocación.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos y aquel prometedor hombre de negocios, después de no pocas luchas interiores, como en toda importante decisión, opta finalmente por ser Sacerdote. En 1862 se traslada a Roma para realizar ahí sus
estudios de Teología; fue Ordenado el 11 de Junio de 1865 y celebró su Primera Misa el 13 de Junio, fiesta de San Antonio de Padua, su querido patrono.

Con la bendición de su gran protector, el Papa Pío IX, regresa a México dispuesto a consagrarse en cuerpo y alma al bien de su amada Patria, luchando incansablemente por extender el Reino de Dios.

Muy pronto es nombrado Párroco de Jacona, donde estuvo hasta 1882, fecha en que, después de grandes sufrimientos, por las persecuciones y calumnias de que fue objeto, se trasladó a México.

En la Capital, estuvo colaborando con su tío, el Excelentísimo Sr. Arzobispo de México, Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos.

Ahí permaneció hasta el día en que fue llamado a la casa del Padre Celestial, el 26 de abril de 1898.